Nací sudaca
por Jorgelina López
Secretaria en APPS Género y Diversidad / Militante feminista / Maestrando Estudios y Políticas de Género UNTREF.Cabe mencionar a “Ch’ixinakax utxiwa: una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores” de Silvia Rivera Cusicanqui, material que de alguna manera inspiró el video. Las imágenes que cuenta y reinterpretan por asociación lo que va contando la prosa. “Las imágenes nos ofrecen interpretaciones y narrativas sociales”. Y el contenido del texto, que también hago mención del uso de la lengua y el idioma por parte de mi nona, o la falta de herramientas para manipular un idioma, la influencia directa en mi mama, y como también percibían los discursos de los políticos en los 90. A pesar de no dominar el castellano, los mensajes políticos llegaban.
“Ver la colonialidad es ver a la vez al jaqi, a la persona, el ser que está en un mundo de significado sin dicotomías, y a la bestia, como ambos reales, ambos compitiendo bajo diferentes poderes de supervivencia.(...) La sola posibilidad de tal ser reside en su habitar plenamente esta fractura, esta herida, donde el sentido es contradictorio y a partir de esta contradicción se construye nuevamente un nuevo sentido” .
Hay mucho más para tomar de las teorías, que dieron el disparador a la prosa, y mi libre interpretación y asociación, con lo creo más importante, la experiencia vivida, y la anécdota transmitida generación tras generación. Espero que en cada frase pueda resonar alguna experiencia de quién lo lea y/o oiga.
Nací sudaca
Nací sudaca, pero en familia europea.
Mezclaban el asado criollo, con las pastas italianas.
Cantaban tango, y se juntaban los paisanos de Italia.
Los domingos después de almorzar, las mujeres se sentaban en una punta de la mesa a tomar el té, y los hombres jugaban a las cartas en la otra.
También había mate, pero a nadie le salía pronunciarlo sin acento sciciliano.
Las mujeres solamente usaban pollera. Siempre, toda su vida: solo pollera.
Cocinaban, limpiaban, cambiaban el pañal a les críos.
También realizaban otros trabajos por fuera de las tareas hogareñas, pero siempre las desarrollaban dentro de la casa. Cocían, lavaban, tejían para otras personas del barrio. Confeccionaban los más bellos vestidos.
Tenían pieles blancas y aceitunas. Ojos marrones y verdes.
Mi mamá nació en una casa donde solo se hablaba un dialecto de un pueblo de Sicilia.
Cuando comenzó la escuela, la maestra la tildaba de que tenía problemas madurativos, o de enseñanza, porque cambiaba las palabras.
La profesora no se daba cuenta que mi mamá aprendía castellano sólo en el ámbito escolar.
Mi nona nunca hablo castellano, tampoco italiano.
Era un idioma propio. Sólo la entendíamos su familia cercana.
Odiaba a Menem.
Odiaba a todos los políticos.
Mi mamá siempre me inculcó que éramos latinoamericanas.
Que Italia para ella era un mundo desconocido.
Que Colón era un maldito saqueador.
Que no le interesaba para nada conocer el país, ni viajar a Europa.
A los 17 años uno de sus primeros viajes fue a Jujuy y a Salta.
Nunca salió del país.
Italia para mí era el país con forma de bota.
La botita argentina era Jujuy.
Viajé a Jujuy como mi mamá, y a Italia como mi nona.
Las dos botitas de alguna manera, sentía que me calzaban bien.
Era de todas partes, pero de alguna manera de ninguna.
En Jujuy era porteña, y usaba pantalón.
En Jujuy las mujeres usaban pollera.
Como mi nonas y mis “tíanonas”.
En Italia era Argentina, como el Papa Francisco y Messi.
Y yo sin ser católica, ni futbolera.
El linaje femenino fue multicultural.
Mi identidad se construyó más allá de una lógica lineal fundamentada en la sangre.
Mi mamá me enseñó a respetar y a luchar por los derechos de los pueblos originarios.
Mi nona, me enseñó a odiar al neoliberalismo de los noventa.
Nunca usaron la palabra feminismo.
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